sábado, 26 de marzo de 2011

Los pastores de Israel (Ez 34)



El pasaje sobre los pastores de Israel es sin duda uno de los más célebres del libro de Ezequiel. Es la exposición más larga que tenemos de esta imagen en el Antiguo Testamento; el Nuevo Testamento, y sobre todo el evan­gelio de Juan, encontró la figura del buen pastor muy adecuada para presentar a Cristo.

1) Vocabulario. Observaciones literarias

El vocabulario de este texto es especialmente rico y abundante. Señalemos en primer lugar la presencia ma­siva del término «mis ovejas» (16 veces con el pronombre personal, 4 veces sin él). Esta insistencia demuestra el afecto del Señor a su pueblo. La triple mención del verbo bqr («buscar» o «tener cuidado») va en este mismo sen­tido (v. 11.12). El v. 13 nos ofrece varios términos impor­tantes: «sacar», «congregar», «traer»: el primero y el tercero pertenecen al vocabulario clásico del Exodo. Otros verbos como «buscar» (v. 6.8.10.11). «seguir el rastro» (v. 4.6.16>, tienen una larga historia y un conte­nido muy denso en el Antiguo Testamento, lo mismo que «librar» (v. 10.12.27) y «salvar» (v. 22). Finalmente, el verbo «juzgar» aparece tres veces (v. 17.20.22).
No ha sido la afición a las estadísticas lo que nos ha movido a esta clase de inventario, sino el constatar que esto nos permite muchas observaciones de interés. Así, por ejemplo, se nota que «buscar» y «seguir el rastro» tiene por sujeto a los «pastores» o al Señor. A los prime­ros se les acusa de no buscar, de no seguir el rastro de la oveja perdida. El Señor, por su parte, promete ir él mismo en busca de sus ovejas. Los pastores no han «recogido a las descarriadas ni han buscado a las perdidas» (v. 4).
En este contexto. el verbo «apacentar» constituye evidentemente el eje de la primera parte del texto. El principio se enuncia bajo la forma de una cuestión: «¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?» (v. 2). Se les acusa de «no apacentar las ovejas» (y. 3), de que «se apacientan a sí mismos» (v. 2)[2]. La conclusión del primer oráculo es clara: «Los quitaré de pastores» (v. 10). Pero el asunto no termina ahí; en efecto, se necesita alguien que los sustituya; será el mismo Señor quien se encargue de ello. Así lo declara en cuatro ocasiones: «mis ovejas», «yo las apacentaré» (vv. 13-16).
Al contrario de todo lo que 105 pastores dejaron de hacer(v. 4), se señala todo lo que hará el Señor(vv. 10-16). No es riguroso el paralelismo, a no ser para los verbos «buscar» y «traer», pero la idea es clara; la negligencia de los pastores fue el motivo de la desbandada, de la pérdida del rebaño; el verbo «dispersarse» aparece cinco veces. Tal es el resultado de la mala gestión. Por el contrario, el Señor va a «congregar» (v. 13), a salvar (v. 10.12). a ocuparse del rebaño (v. 11.12), a «hacerlo volver» (v. 13).
A partir del v. 17, las correspondencias no son ya tan exactas.
También es significativo el tiempo de los verbos: están en presente o en pasado cuando el sujeto son los pastores, en futuro cuando se habla de Dios. Las acusaciones están en presente o en pasado, el castigo y la promesa en futuro. Esto corresponde a los oráculos de juicio que ya hemos visto; el aspecto original y nuevo quizás sea aquí la exten­sión que se da a la promesa.

2) Articulación del texto

Como es frecuente en Ezequiel, el texto está bien estructurado. El capítulo comienza con la fórmula de introducción que ya hemos visto en otros lugares: «Me vino esta palabra del Señor». Como en los c. 13 y 37, el profeta recibe la orden de «profetizar» contra alguien. Finalmente, aparece la fórmula que anuncia el mensaje: «Esto dice el Señor».

Se pasa entonces al contenido mismo del oráculo que comienza con un «¡ Ay!» y prosigue hasta el v. 6 con las acusaciones contra los pastores. Los v. 7-8 son proba­blemente un añadido posterior, aunque dentro del tono del capitulo, pero sin que digan nada nuevo: son las mis­mas acusaciones de antes. El v. 10, fórmula típica de anuncio de castigo en la literatura profética, sigue a las acusaciones: «Me voy a enfrentar con los pastores». Los vv. 11-15 refieren la promesa de restablecer la situación ideal, deteriorada por la mala gestión de los pastores de Israel. La fórmula «oráculo del Señor» (v.  15) parece señalar el fin del oráculo. El v. 16 intenta completar el texto basándose en las acusaciones del v. 4: el Señor va a hacer lo contrario de lo que hicieron los malos pastores. La palabra «derecho» (en la traducción española «como es debido») con que termina este conjunto permite la transición a la segunda parte.
En el v. 17 se expresa con otra imagen la acusación sobre las relaciones entre los miembros del rebaño. En el v. 20, nueva fórmula y anuncio general del castigo; luego, en el v. 21, una nueva acusación. Y en el v. 22 se pasa directamente a las promesas, a la acción que el Señor va a llevar a cabo para restablecer la situación. En este oráculo no tenemos un anuncio de castigo concreto (excepto la fórmula vaga del v. 20). Más que de una acusación, se trata de una descripción de la situación del pueblo a la que va a poner remedio la acción del Señor. El oráculo ter­mina en el v. 30 con una acumulación de fórmulas: fór­mula de reconocimiento («sabrán que yo, el Señor, soy su Dios»), fórmula de alianza y la expresión «oráculo del Señor». El v. 31 fue añadido posteriormente.

3) Las imágenes

Ezequiel parece haberse inspirado en Jeremías 23, 1-2. En él, la imagen de los «pastores de Israel» se aplica a los responsables políticos de Jerusalén, en el pequeño libro que les dedica (Jr 21-23, 8). La imagen no tiene nada de extraño: el título de «pastor» es de los que se atribuyen más corrientemente a los reyes o a los dioses del Antiguo Oriente. La economía de aquella época se basaba en gran parte en la agricultura y la ganadería. Por tanto, es normal que estas imágenes se hayan traspuesto al terreno social. Así, el célebre rey de Babilonia Hammurabi (siglo XVIII a. C.) y el rey asirio Asurbanipal (siglo VII a. C.) reciben entre otros el prestigioso título de «pastor». El segundo Isaías da este mismo título a Ciro, el nuevo señor del momento (Is 44, 28). Pero los reyes son llamados «pastores» de su pueblo en cuanto que representan a la divinidad, ya que el verdadero pastor del pueblo es el dios. El pastor debe reunir a su rebaño y ocuparse de él: es la misión que el dios, pastor supremo, encomienda al rey, su lugarteniente.
En Israel, se le aplica con frecuencia a Dios este título. Lo encontramos sobre todo en los salmos, pero también en otros textos, algunos de ellos muy antiguos (por ejem­plo, Gn 49, 24). Pero ningún rey de Israel es llamado directa y personalmente «pastor». Este término sólo se atribuye a los hombres en los textos de Jeremías y de Ezequiel que hemos señalado, en Zacarías 10, 3; 11, 4s; 13, 7 y también en el célebre texto de Miqueas 5, 3, que lo aplica al rey futuro; muy pronto este pasaje fue interpre­tado como un texto mesiánico y se ve por él cómo había un vínculo entre el mesianismo y la ideología real.
La imagen del pastor se desarrolla mucho menos en esta segunda parte del relato que en la primera. Sirve también para situar las relaciones entre los diferentes miembros del pueblo.
Comparemos brevemente el texto de Ezequiel con el de Jeremías 23, 1-2. En ambos casos se trata de un «¡ay!», más que de una bienaventuranza. Se subraya con energía que el rebaño pertenece al Señor. En ambos casos encon­tramos los tres términos importantes: «perder» (‘bd), «dispersar» (pûs), «alejar» (ndh). El verbo «ocuparse de» que designa la acción de Dios corresponde a dos verbos diferentes: pqd (en Jeremías, un término profético muy importante) y bqr (en Ezequiel). La expresión «rebaño de mis pastos» se encuentra en los dos textos.

4) Lectura del texto

La primera parte del texto (vv. 1-15) es evidentemente un ataque directo contra las autoridades políticas de Judá..
Las acusaciones de Ezequiel, muy parecidas a las de Jeremías, pueden resumirse en una sola: las autoridades son responsables del destierro de Babilonia. El texto no lo dice explícitamente, pero es ése ciertamente su sentido. Las acusaciones recaen sobre dos puntos: los pastores se han aprovechado del rebaño: el resultado es que el rebaño ha estado abandonado, se ha dispersado y ha sido presa de animales salvajes. Sin guía, el rebaño está a merced de quienes quieran apoderarse de él. El pueblo de Jerusalén, Judá, y de forma más amplia todo Israel (Ezequiel habla de los pastores «de Israel») ha sido abandonado por esos «pastores» y está a disposición del primero que venga. Así lo demuestran las catástrofes políticas.
La segunda parte del texto habla de las relaciones entre los elementos del pueblo de Israel. La responsabili­dad de la dispersión no debe atribuirse solamente a los dirigentes políticos. Las relaciones entre los miembros del pueblo se han basado en el empleo de la fuerza; los más fuertes han oprimido y aplastado a los más débiles.
El desorden reina en todos los niveles, pero en ambos casos, en el de los responsables y en el de los miembros del pueblo, se puede constatar lo mismo: el fuerte oprime al débil, el grande se aprovecha del pequeño.
La acción del Señor se sitúa precisamente en donde está arraigada la falta. A la dispersión provocada por los responsables políticos, Dios opone la reagrupación. Ante los pastores que se aprovechan de su misión para conver­tirla en un negocio personal, él promete que se ocupará personalmente del pueblo para su bien. Y a la injusticia profunda que reina en las relaciones entre los israelitas, responde presentándose como el juez que hará reinar la justicia entre el fuerte y el débil.
El texto en su conjunto está más orientado hacia la promesa de una vida nueva que hacia el castigo. Este ya ha llegado; está ahí. El pueblo vive desterrado. Com­prende muy bien el resultado de la gestión de los malos pastores. La acción del Señor consistirá en restablecer las condiciones de vida adecuadas para el pueblo. Como hemos visto, los v. 11-13 y parcialmente 27-28 recogen la terminología del Exodo: Ezequiel y sus discípulos han comprendido la acción de Dios en favor de su pueblo desterrado como un nuevo éxodo. Ezequiel volverá sobre esta idea en los cc. 36 y 37 y el segundo Isaías llevará este paralelismo hasta su grado más alto.
El profeta alude de nuevo a la situación del destierro con la expresión «desperdigadas en desbandada» (v. 21). pero se interesa sobre todo por la prosperidad que vendrá cuando el pueblo regrese a su territorio, para vivir allí con prosperidad y seguridad. Con estos términos. estamos una vez más en plena ideología real, ya que asegurar la paz y la prosperidad del pueblo era una de las funciones im­portantes del rey (cf. «Cuadernos bíblicos», n. 23, 40-43). Y los frutos de la acción de Dios en favor de su pueblo serán alianza de paz, prosperidad agrícola, seguridad.
Dios actuará por medio de su siervo David. La consecuencia de la acción del Señor será ésta: los israelitas conocerán que «yo soy el Señor». Así, pues, la esperanza no ha quedado destruida: el pueblo todavía tiene por delante una vida posible. Libre de sus malos dirigentes, encontrará la paz y la prosperidad bajo la protección del buen pastor, el Señor mismo, en el país adonde Dios le hará regresar.


Los huesos calcinados (Ez 37, 1-14)

No cabe duda de que con el c. 37 nos encontramos con una unidad literaria diferente de todo lo precedente. La introducción del capítulo («La mano del Señor se posó sobre mí y el espíritu del Señor me llevó, dejándome en un valle todo lleno de huesos») nos sitúa de antemano en un marco diferente del c. 36, en donde los oráculos no esta­ban situados en el espacio. Además, la fórmula «la mano de YHWH sobre mí» aparece con pequeñas variantes 7 veces en Ezequiel (1,3; 3,14.22; 8,1; 33,22; 37,1; 40,1) y siempre sirve de introducción a un nuevo oráculo o a un nuevo capítulo. Tal es el caso, por ejemplo, de las tres grandes visiones de 1, 8-11 y 40-48. También el final del texto está claramente señalado por una fórmula conclu­siva de especial densidad: «Y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago -oráculo del Señor-» (v. 14). En el v. 15 comienza un texto distinto; la fórmula «Me vino esta palabra del Señor» señala una nueva visión y la acción simbólica que se prescribe es totalmente distinta.
Esta unidad literaria 37, 1-14 tiene su lugar en el con­junto 33-37, en donde están los oráculos de esperanza y de consolación característicos de la segunda parte del mi­nisterio de Ezequiel.

1) Articulación del texto

El texto se divide en tres partes que pueden recono­cerse con facilidad.

La primera parte (vv. 1-3) está formada por la introduc­ción y la puesta en escena del conjunto del texto: presen­tación de los personajes y de los elementos de la visión. Cuando todo está preparado, Dios le pregunta al profeta:
«Hijo de Adán, ¿podrán revivir estos huesos?»; es el problema esencial; se trata de la vida. Y la respuesta evasiva del profeta deja la puerta abierta a la palabra y a la iniciativa del Señor.

La segunda parte (vv. 4-10), centrada en la misma ac­ción simbólica, está compuesta de dos partes que se co­rresponden: vv. 4-8 y 9-10. Se repite la orden del Señor:
«Me ordenó: Conjura así a esos huesos: Huesos calcina­dos, escuchad la palabra del Señor...» (v. 4-5); «Entonces me dijo: Conjura al aliento..., diciéndole al aliento: Esto dice el Señor...» (v. 9). Y las dos veces el profeta ejecuta la orden: «Pronuncié el conjuro que se me había man­dado» (v. 7); «pronuncié el conjuro que se me había mandado» (v. 10). Se puede observar que la palabra pro­fética se enuncia únicamente en la orden de profetizar. El profeta no repite el contenido de la palabra anunciada. Nos describe, por el contrario, el efecto y las consecuen­cias de su acción. Una vez ejecutadas las órdenes recibi­das, el objetivo se da por descontado: los huesos recobran la vida y se ponen en pie. La acción ha terminado.

La tercera parte (vv. 11-14) está compuesta de dos elementos distintos, aunque íntimamente ligados entre sí. El v. 11 da la explicación de la visión: «Esos huesos son toda la casa de Israel»: la significación de lo que se ha hecho es el elemento característico de toda acción simbó­lica. Pero ésta sólo se le ofrece al profeta y el texto continúa relatando lo que dicen los israelitas, que compa­ran su situación con la de esos huesos. Así se puede pasar al oráculo siguiente (v. 12-14) que responde a las lamenta­ciones del pueblo: «Por eso profetiza diciéndoles: Esto dice el Señor...». La construcción de esta introducción es muy parecida a las de los vv. 4 y 9.
En estos vv. 12-14, ya no se habla de los huesos, sino de los “sepulcros” y del espíritu, más concretamente del espíritu de Dios («mi espíritu»). A diferencia de los vv. 4-10, solamente tenemos la orden de profetizar, sin que se mencione su puesta en práctica ni el efecto producido. Aparece entonces un elemento que no se había visto todavía: la vuelta al país. Y el texto termina con la conclu­sión del v. 14, grave y solemne, donde todo está en futuro.
Las partes segunda y tercera están construidas de forma paralela. En 4-10, la exposición se ha programado en dos tiempos: los tendones, la carne y la piel están inmóviles, luego viene el don del alimento-espíritu: la finalidad es dar vida. En 12-14, tenemos igualmente el don de «mi espíritu» y la promesa de hacer volver a los israe­litas a su país.
El v. 11 es el que constituye la cima del texto y el eje entre las dos partes 4-10 y 12-14. Es él el que permite pasar de los huesos anónimos a su significado: la casa de Israel. Una vez hecha esta identificación, el profeta puede dirigir a Israel un oráculo que responde a sus lamentaciones. No se trata ya entonces de huesos, sino de sepulcros, otro símbolo de la muerte. Este versículo permite de este modo pasar de una imagen a la otra conservando el mismo simbolismo: muerte/vida.

2) Vocabulario del texto

Saber/conocer (yd'). Poco utilizado en nuestro texto, este verbo aparece sin embargo en dos lugares importan­tes: en los v. 3 y 14. El profeta lo utiliza en su respuesta a la pregunta de Dios: «¿Podrán revivir esos huesos'? Con­testé: Tú lo sabes, Señor». De esta forma, el profeta reconoce su no-saber y devuelve la pregunta al que se la había hecho. El conjunto del texto es entonces como un respuesta a la pregunta. Y todo esta en manos de Dios: él es el que sabe y el que va a hacer saber De hecho después de la visión y del don del espíritu de Dios y del retorno al país, el texto termina con esta afirmación dirigida al pueblo: «Y sabréis que yo soy el Señor» Esta última expresión, aparece otras dos veces en el texto, en cada una de las dos partes principales (v. 6 y 13); es como un leit-motiv, como un estribillo. Al principio del texto, nadie sabe nada ni siquiera el profeta. Al final. gracias a la acción de Dios, por medio de su profeta, todos sabrán que él es YHWH que lo dice y lo hace. Es el objetivo que se pretende en esta operación.

Entrar/venir (bó'). El empleo de este término es importante y característico. Lo encontramos en el v. 5: «Voy a hacer entrar en vosotros el espíritu para que reviváis». Es el anuncio del programa, la finalidad de la acción divina: que los huesos vivan; y para eso el espíritu viene sobre ellos. Aparece además este término en los v. 9 y 10: el profeta ordena venir al espíritu y viene. En el v. 12, Dios declara: «Os voy a hacer venir a la tierra de Israel». El programa y su realización son muy claros y el texto utiliza en todos estos casos el mismo verbo entrar/venir: tanto para la tierra como para el espíritu/aliento; la en­trada del aliento/espíritu es la condición de entrada en el país. Primero es necesario que Dios haga entrar en ellos el aliento/espíritu para que pueda luego hacerles entrar en el país.

Subir (‘lh). En la segunda parte se utiliza este verbo para la carne: «Haré subir carne sobre vosotros») (v. 6): «había subido la carne» (v. 8). En la tercera parte aparece en un lugar característico: «Os haré subir de vuestros sepulcros...: sabréis que yo soy el Señor cuando os haga subir de vuestros sepulcros» (vv. 12-13). El término de suyo no tiene nada de particular, pero hemos de recordar que es uno de los verbos favoritos de la tradición bíblica para hablar de la «subida de Egipto», y en todos los casos tiene a YHWH como sujeto. No hay necesariamente aquí una relación con el éxodo, pero lo cierto es que la situa­ción en el destierro se concebía como una situación de muerte y esclavitud, parecida a la que había vivido Israel en Egipto. En ese caso, la comparación de Babilonia con sus sepulcros no resulta tan extraña y la utilización del verbo «subir», con Dios como sujeto, es perfectamente natural.

Aliento/espíritu (rúah}. Este texto es uno de los más ricos en lo que se refiere al aliento/espíritu; encontramos aquí casi todos los sentidos que tiene este término en el Antiguo Testamento. Está presente 3 veces en los vv. 4-8 (5.6.8.), siempre sin artículo. Podemos traducirlo por so­plo, aliento de vida. Es el que hace vivir a los huesos calcinados. En el v. 9 va precedido del artículo y parece más «personalizado». Además, en la palabra profética se dice: «Yen, aliento, desde los cuatro vientos (o espíritus, ruhot)...». Así, pues, este aliento de vida tiene que venir de los cuatro vientos, que también en hebreo se dice ruah (plural, ruhot). Este juego de palabras significa que el aliento tiene que venir de todas partes, como cuando Ezequiel habla de «las cuatro direcciones» (1, 17) o como cuando nosotros decimos «los cuatro puntos cardinales».
En el v. 14 tenemos otro uso del término: «Infundiré mi espíritu, dice el Señor»; y ya en el v. 1 se hablaba del «espíritu del Señor»
He aquí, pues, cuatro empleos de la palabra espíritu: el aliento de vida (indeterminado), el aliento/espíritu con artículo, los vientos, el espíritu de YHWH. Los dos em­pleos más densos (espíritu de YHWH) encuadran el texto: este espíritu actúa en el profeta para inaugurar la acción y la palabra profética y en los israelitas para instalarlos en el país. Todo el texto está atravesado por la presencia y la acción del espíritu de YHWH.

Dejar/instalar (núah). Se encuentra al principio y al final del texto. El espíritu de YHWH deja al profeta en medio del valle donde se encuentran los huesos; allí es donde va a actuar la palabra profética (v. 1). Ese mismo espíritu instalará a los israelitas en su país (v. 14). La primera acción es el preludio y el medio de la segunda.

3) Lectura del texto

Ya hemos visto que el v. 11 era el eje de todo el conjunto. Así, pues, es conveniente empezar por él la lectura del texto. El punto de partida parece ser la queja del pueblo: «Nuestros huesos están calcinados, nuestra espe­ranza se ha desvanecido: estamos perdidos». En toda la última parte de su ministerio, el profeta ha de luchar contra el desaliento del pueblo. Ya antes tuvo que en­frentarse con estas lamentaciones: «Nuestros crímenes y nuestros pecados cargan sobre nosotros y por ellos nos consumimos. ¿Podremos seguir con vida?» (33, 10). Se trata por tanto de una cuestión de vida o muerte. Aquí. el pueblo. en su desánimo, utiliza la imagen de los huesos calcinados. Es el punto de partida de la visión y del oráculo. Esos huesos son la casa de Israel, es decir, como siempre en Ezequiel. el conjunto de los israelitas, los del norte como los del sur, el pueblo de YHWH desde el punto de vista religioso y como totalidad.

A Ezequiel le gusta la discusión, la controversia: este género de disputa es frecuente en su libro. Parte de lo que dicen sus compatriotas para presentar el mensaje de Dios, mensaje que habitualmente va en sentido contrario. Es posible que la visión de los huesos en el valle se la haya sugerido al profeta algo de lo que realmente había visto en Jerusalén, por ejemplo, el año 597 durante el asedio. Pero lo esencial es comprender el símbolo como una respuesta. Y la cuestión, la queja. se encuentra en labios del pueblo en el v. 11. La descripción de los huesos está muy bien lograda. Todo el valle está lleno de cadáve­res; son numerosos y están totalmente descarnados. No hay esperanza alguna. Y el profeta mide por ello el desas­tre. Es importante ver cómo no opone ninguna resistencia, como había ocurrido por ejemplo en 4, 14-15. En la situación actual, las cuestiones de pureza e impureza parecen demasiado insignificantes en relación con el ver­dadero problema: la vida y la muerte.
La pregunta del v. 3: «Hijo de Adán, ¿podrán revivir esos huesos?» parece superflua. Por esta época no se creía aún en una vida del más allá. Sin embargo, no hemos de olvidar que los israelitas admitían perfectamente que Dios podía devolver la vida, como demuestran los relatos sobre Elías (1 Re 17, 17-24) y Eliseo (2 Re 4.8-34). En todo caso. está claro que el profeta reconoce su incapacidad, incluso en el terreno del saber. El no es nada. No sabe nada.
Pero se convierte en instrumento del obrar de Dios. Su actividad, en el marco mismo de la visión, está subrayada con esmero: es él el que actúa, el que hace venir el espíri­tu/aliento. La palabra profética es eficaz. Este texto es uno de los más explícitos sobre el tema. Para el Antiguo Testamento, la palabra de Dios es eficaz (cf. sobre todo Is 55, 10-11) y la acción sobre los huesos calcinados lo de­muestra de forma patente. Es la ilustración cabal del v. 14: «Lo digo y lo hago». Y esto es importante para revitalizar al pueblo. En el destierro, el pueblo no tiene nada, lo ha perdido todo: la tierra, el templo, el rey. No le queda más que la palabra profética. Dios insiste en ello: su palabra es eficaz.
El don de la vida se hace en dos tiempos: tendones, carne-aliento/espíritu. Teníamos ya este esquema en el relato de la creación del hombre (Gn 2.7: cf. “Cuadernos bíblicos» n. 5 y 13). La llegada del espíritu/aliento hace vivir y ponerse en pie a los huesos. En otros lugares encontramos esta misma afirmación, incluso en el caso del profeta mismo: el espíritu viene y lo pone en pie (2, 2; 3, 24).
La promesa de Dios a su pueblo: hacer salir a los israelitas del sitio en que están, reunirlos y llevarlos de nuevo a su país. se repite en varias ocasiones (36,24; 37, 21:34,13).
También se puede observar una diferencia en la ma­nera de designar a los israelitas. En el v. 11 se habla de «toda la casa de Israel»; este término señala a Israel como entidad religiosa, pero Dios parece como si tomara dis­tancias frente a él. Al final, Dios habla de «mi pueblo» (vv. 12.13). Esta expresión repite la fórmula de pertenencia mutua, típica de la alianza que Dios ha establecido con Israel (cf. 37, 27). Esta alianza, mencionada explícita­mente en el texto, es posible gracias al don de «mi espí­ritu»; tal era el caso de 36,27, en donde el don del espíritu de Dios seguía a la purificación y permitía «caminar según mis preceptos y poner por obra mis mandamientos», es decir, vivir la alianza. En adelante, vuelve a ser posible la vida y la comunión con Dios.

4) Conclusión

Este texto es uno de los más célebres de Ezequiel. Como de costumbre, responde a los problemas y a la situación del pueblo, situación de desamparo después del hundimiento de sus ilusiones y de todo cuanto tenía. El profeta, movido por el espíritu, tiene todavía una palabra eficaz, una palabra que promete y que da la vida al pueblo, palabra que va a re-crear al pueblo a partir de la nada en que ha caído, re-creación que le permitirá ponerse en pie y vivir; palabra que promete el espíritu del mismo Dios, que devolverá al pueblo del destierro a su país. Y ese pueblo, vivo una vez más y en comunión con su Dios, será «mi pueblo», ya que su Dios es un Dios que dice y que hace. Un Dios que sabe. Un Dios que puede.

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