jueves, 29 de diciembre de 2011

El profeta es un hombre público


Su deber de transmitir la palabra de Dios lo pone en contacto con los demás.  No puede retirarse a un lugar sosegado de estudio o reflexión, ni reducirse al limitado espacio del templo.  Su lugar es la calle y la plaza pública, el sitio donde la gente se reúne, donde el mensaje es más necesario y la problemática más acuciante.  El profeta se halla en contacto directo con el mundo que lo rodea:  conoce las maquinaciones de los políticos, las intenciones del rey, el descontento de los campesinos pobres, el lujo de los poderosos, la despreocupación de muchos sacerdotes.  Ningún sector le resulta indiferente, porque nada es indiferente para Dios.

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