jueves, 27 de enero de 2011

REGGAE - CORAZÓN LLORA - DR. MIKE - FACTOR33PANAMA - INNA LIVE RIDDIM

Amós



Perfil del Profeta

Es el profeta más antiguo de Israel con el que nos enfrentan los textos bíblicos de primer grado es Amós.

No podemos pretender hacer una biografía.  En las propias palabras del profeta podemos encontrar algunos datos sobre su origen, vocación, tiempo histórico, sus relaciones con Dios y con los hombres.

Am. 7,10-17

Estamos en el viejo santuario de Betel a 20 Km al norte de Jerusalén.  Judá con su capital en Jerusalén limita al norte con Israel que tiene la capital en Samaria donde vive su rey Jeroboam II (760 a.C.).  Israel florece y aumenta sus riqueza.

Amasías manda un mensajero al rey:  “Amós está conspirando contra ti en pleno centro de Israel”.  Los sacerdotes de Betel (empleados del rey) denuncian al profeta Amós que parece ser conocido por sus provocaciones:  “No hay que permitirle que siga hablando, pues dice que a ti te matarán a espada y que Israel será llevado al destierro, lejos de su patria”.  Se nos presenta al profeta como un agitador, que propone la revolución violeta, que pone en peligro la paz de todo el pueblo y amenaza al rey.

Pero Amasías silencia dos cosas:  los motivos que le mueven a Amós (las palabras de Yavé y las injusticias de Israel) y que el que va a provocar la catástrofe es el Dios de Israel.

El sacerdote Amasías sabe muy bien lo que ha pasado con Amós y por eso trata de salvar al que él mismo ha acusado:  “Amós:  sal de aquí, visionario; ándate a Judá, gánate allá la vida dándotelas de profeta.  Pero no profetices más en Betel, que es un santuario real, un templo nacional”

Amasías teme al rey y al profeta;  lo denuncia ante el rey y le aconseja alejarse del rey, no lo trata como a rebelde sino como visionario y profeta.  Pero debe ir a profetizar a otro país, a Judá.  Amasías debe garantizar el orden religioso-estatal.  Destaquemos dos cosas:

      Al sacerdote le preocupa que lo que dice Amós no coincide, con lo que normalmente se dice en el templo real.

         Para Amasías hay dos tipos de personas los que están a favor y los que están en contra del rey y sólo hay lugar para los que creen en la seguridad del estado, los demás deben irse.

      Profetizar no es una función remunerada.  “No soy profeta, ni hijo de profeta”, dice Amós.  Significa:  no pertenezco al gremio de los profetas profesionales que rodean al rey y gozan de sus privilegios mientras el pueblo muere de hambre.  Profetizar y ser profeta no es cuestión ni de paga, ni de títulos.  Más bien es cuestión de tener visión, ser “vidente”.  Amasías no puede imaginarse que alguién hable de justicia por causa de la justicia, pues él sólo habla por el pago que recibe.

Pero ¿quién es Amós?  “Soy simplemente un hombre”, un seglar.  “Pero Yavé es quien me sacó de junto a las ovejas y me dijo:  Ve y habla a mi pueblo de Israel...  Escucha este recado Yavé te manda”.  Aquí está la clave.

Si Amasías pretende entender a ese Amós, no debe preguntar por el origen de su profesión, ni por sus preferencias políticas, sino que debe reconocer la intervención de Yavé.

El mismo profeta nos explica cómo se apoderó Yavé de él y así nos da el perfil de la verdadera imagen del profeta.  Se nos transmiten cinco visiones (7,1-8; 8,1-2; 9,1-4) muy escuetas pero precisas.

Cada visión comienza:  “Yavé me mostró esto”.  En primer lugar le muestra un enjambre de langostas que todo lo devoran poniendo en peligro la alimentación y la vida del pueblo.

Amós grita:  “Por favor, Señor Yavé, ten misericordia.  Pues ¿qué será de Jacob que es tan pequeño?”  Amós tiene una nueva visión:  “una ola de calor que secaba los manantiales y quemaba los campos”.  A lo que Amós exclama:  “Por favor, detente, Señor Yavé”.  Ante estos relatos no podemos pensar que las palabras del profeta contra Israel le surgieron de una disposición interna contra el pueblo, o que Amós cambió su solidaridad y amor en protesta y amenaza de ruina de su pueblo.  Amós insiste en favor de su pueblo y se opone a la voluntad de Dios.

Pero luego ve una plomada que comprueba si el muro está recto o inclinado.  Y la voz de Yavé lo llama por su nombre “¿Qué es lo que ves Amós?”  Aquel que se había mostrado solidario con su pueblo se ve señalado por su propio nombre y segregado del pueblo e interrogado.

En un breve diálogo con su Dios, tuvo que aprender a concentrarse en la palabra que se le había revelado.  “Voy a ver si Israel está desplomado o no, pues ya no lo apuntalaré más”.  La intervención de Yavé no la provoca un capricho, sino un examen o juicio insobornable al que ya no se atreve a oponerse Amós.  En la cuarta visión Amós ve un cestillo de higos (los higos son el fin).  Así, al juicio sigue la sentencia:  “También ha llegado el fin para mi pueblo, Israel”.  La quinta visión expresa que a este fin nadie podrá escapar.

En el profeta todo se explica a partir de todo lo que se opone al proyecto de Dios.  Lo que dice y hace el profeta está referido a la intervención de Yavé sobre él, a las revelaciones de Yavé y a la palabra de Yavé.  No podemos reducir al profeta a uno que hace análisis de su sociedad y la proyecta al futuro, tampoco a un reformador social o a un revolucionario utópico.

El profeta es testigo de la acción futura de Dios.  Así, ataca a los que se sienten seguros en sus lujosos muebles a costa de los oprimidos”.

Nuevamente ataca Amós a las primeras damas de la residencia del gobierno:  “Oíd esto, vacas de Basán, que moráis en la montaña de Samaria, las que oprimís a los débiles, maltratáis a los pobres y decís a vuestros señores:  ¡Traed que bebamos!”.  Se dirige a ellas como a “vacas de Basán”.  Se trata de vacas de la mejor raza.  De esa manera tan provocativa puede tacar Amós a las damas de alta alcurnia, que organizan comilonas y se propasan en las bebidas a costa de la pobre gente.  Pues la causa de la intervención aniquiladora de Dios no puede menos de ser escuchada.  O también cuando parodia la enseñanza catequética de los sacerdotes:  “Id a Betel a prevaricar, a Guilgal a multiplicar vuestras prevaricaciones.  Ofreced vuestros sacrificios matinales y cada tres días vuestros diezmos.  Pregonad el sacrificio de alabanza.  Proclamad las ofrendas voluntarias, pregonadlas, pues así lo queréis, hijos de Israel”.  ¡Curiosa parodia de los anuncios de los cultos!

También esto corresponde a un auténtico profeta:  el abrir a la fuerza los oídos de sus contemporáneos con expresiones siempre nuevas.  De esa manera graba en la conciencia de sus oyentes el hecho de que sus palabras acerca del Dios que viene se refieren precisamente a los hombres de su tiempo.  Esto es lo profético; el situar a los hombres actuales de una manera clara ante el Dios que viene.  Ahora bien, ¿dónde están hoy los portavoces de la Palabra de Dios que hayan aprendido en esta escuela?

El que desee protestar contra un mundo corrompido y manifestarse en favor de un mundo verdaderamente nuevo, hará bien en transformar su autosuficiencia y su autoseguridad en soledad por medio de Aquel que es el único que hace libre por encima de los trastornos habituales, y que lleva a la salvación definitiva.

miércoles, 26 de enero de 2011

El profeta es alguien “alterado”



Es capaz de ver signos donde los demás no ven sino cosas:

"¿Qué estás viendo, Jeremias?
‑Una rama de almendro estoy viendo.
Y me dijo el Señor:
Bien has visto. Pues así soy yo,
atento a mi palabra para cumplirla" (Jer 1,12).

Capta, más allá de las apariencias de lo trivial, el clamor de la realidad violentada por la injusticia:

“¡Ay de quien gana ganancia injusta para su casa,
para poner su nido muy alto y escapar a la garra del mal!
Porque la piedra grita desde el muro,
y la viga desde el maderamen le responde” (Hab 2,9-11).


"Acostados en camas de marfil,
arrellanados en sus lechos,
comen corderos del rebaño
y becerros sacados del establo.
Canturrean al son del arpa,
se inventan, como David, instrumentos musicales,
beben el vino en copas,
con aceite exquisito se ungen,
mas no se afligen por el desastre de Joaé” (Am 6,4-6).


Ø  Ø      Elegir una noticia del periódico que llame la atención. Intentar situarse dentro del asunto. Mirar de cerca a la gente que la protagoniza, tratar de sintonizar con sus sentimientos y de adivinar cómo están viviendo la situación, conectando con su vivencia. Sentir a esa gente como nuestra, y su problema como propio.
Constatar la diferencia entre ese modo de mirar y sentir la realidad y nuestro modo habitual de devorar noticias.

Ø  Ø      Isaías habla de un pueblo con el corazón embotado y torpe, incapaz de ver y de oír (cf. Is 6,10).
Detectar los "embotadores*' de sensibilidad que nos rodean y nuestra complicidad con ellos (deformación y manipulación de la información, propaganda, publicidad, estadísticas... ).

Ø  Ø      Descubrir nuestro papel de "embotadores" de otros, nuestra habilidad para embotarnos también a nosotros mismos con autoengaños y escapatorias tranquilizadoras.
Dejarnos interpelar por las palabras de Amós, que revelan nuestra impasible tolerancia ante situaciones intolerables de injusticia, la indiferencia con que aceptamos la coexistencia de la riqueza y la miseria, el lujo y la carencia... Poner nombres de hoy a lo que ellos denunciaron como injusticia, idolatría, primado de la fuerza y el poder, exclusiones, violaciones de los derechos de los humildes...


EL PROFETA SEGÚN LA SAGRADA ESCRITURA


    

 El Profeta es alguien “alcanzado”

La historia de cada profeta es, en primer lugar, una historia de persecución, alcance y rendición. Por eso a todos ellos les cuadra el calificativo de “alcanzados”.

"Yo no soy profeta ni hijo de profeta,
sino pastor y cultivador de sicómoros,
pero el Señor me arrebató de detrás del rebaño y me dijo:
Ve a profetizar a mi pueblo Israel" (Am 7,14‑15).


"Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir,
me forzaste, me violaste..." (Jer 20,7).

La Palabra de Dios se les impone, se apodera de ellos y se instala en sus entrañas:

 “¿No quema mi palabra como el fuego,
oráculo del Señor,
y como un martillo golpea la peña?” (Jer 23,29).

"Yo decía: No volveré a recordarlo
ni hablaré más en su nombre.
Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente
prendido en mis huesos,
y, aunque yo trabajaba por ahogarlo,
no podía" (Jer 20,9; cf. Ez 3,1.9).

Antes que ninguna otra cosa, el profeta es un hombre que da testimonio del absoluto de Dios.